Sánchez y Trump se alían para meter el dedo en la llaga del deporte
¿Podemos seguir diciendo que la política y el deporte no se mezclan?
No se hablan. Ni siquiera se miran. Pero Pedro Sánchez y Donald Trump están de acuerdo en algo: he llegado el momento de meter el dedo en la llaga del deporte. ¿Perdón? Pasad y leed.
A Sánchez le gusta el deporte, juega al baloncesto desde su juventud, pero es probable que ahora sea amante también del ciclismo. ¿Por qué? Porque acaba de abrir una Caja de Pandora que lo beneficia y de paso pone al deporte frente a un espejo incómodo: ¿hasta qué punto puede seguir sosteniéndose que política y deporte van (o deberían ir) por caminos separados?
Adicto a caminar sobre el alambre, Sánchez recuperó en estos días algo de brillo y alegría en el rostro tras las peores semanas de su gobierno. Está convencido de que lo que sucede en Gaza es "un genocidio”, lo dice a voz en grito y se mueve con seguridad en el asunto, sabedor de que cuenta con el apoyo ampliamente mayoritario de los españoles. Tanto es así, que el Partido Popular (PP) hace también funambulismo en búsqueda de la cuadratura del círculo: criticar al presidente del gobierno sin dejar de estar de acuerdo con un sector importantísimo de sus votantes, que piensan igual que los del PSOE e incluso los que están a la izquierda de la izquierda.
Lo llamativo de Sánchez, que sigue la guerra de Ucrania relegado a una segunda fila entre los europeos, es que más allá del indudable provecho político que obtiene, también está llevando al deporte mundial a una probable crisis. Y en eso sí es un inesperado protagonista de primera línea. Tras las inéditas imágenes de miles de personas impidiendo el desarrollo normal de la Vuelta a España, el efecto imitación está asegurado. En un mundo cada vez más desordenado, pretender que el deporte mantenga el orden de tiempos más previsibles y estructurados es, en el mejor de los casos, ilusorio.
Pregúntenle a Donald Trump, que hace pocas semanas, con el trofeo de la Copa del Mundo de fútbol en sus manos, le hizo una pregunta de franqueza y peligro demoledor a Gianni Infantino, el presidente de la FIFA: "¿Me lo puedo quedar?".
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