Madrid | 7 de noviembre, 2025
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¿Por qué odiamos tanto a Hacienda?
En Nueva York, allá por los 2000, el cliché era que todas las conversaciones giraban en torno a dos temas: el sexo y el mercado inmobiliario. En la España de hoy puedes añadir un tercero: los impuestos. Da igual si eres un autónomo hippie en Lavapiés, un director intermedio en Valencia o un empresario catalán con exactamente doce empleados desde 1543: todos tienen algo para decir sobre el tema.
Alguien te contará a regañadientes aquella vez que Hacienda le puso una multa misteriosa que descubrió meses después en su buzón electrónico (ese que ni sabía que existía). Otro se quejará de que paga más que sus padres, aunque su poder adquisitivo se haya desplomado. Y si hablas con un veinteañero que hace streaming en Twitch, probablemente te conteste desde la casa a la que se mudó en Andorra.
Parte de esto es pura percepción. La recaudación total de España, medida como porcentaje del PIB, está por debajo de la media europea (alrededor del 37% frente al 40%, según Eurostat). Pero esa cifra no cuenta toda la historia. La maraña fiscal —y la sensación de que el sistema apunta directamente a la clase media— no ayudan. Además, para muchos contribuyentes, tratar con Hacienda se siente como un castigo: burocrático, lento y sin una gota de alegría.
Con todo eso, no sorprende que España ocupe el puesto 33 de 38 países de la OECD en el International Tax Competitiveness Index de la Tax Foundation.
Una pena, porque España tiene todo para ser el mejor país del mundo: sol, tapas, sanidad universal y almuerzos de tres horas. Pero llega la campaña de la renta y, de pronto, te encuentras en Google buscando “cómo abrir mi buzón electrónico” como si fuera una peli de terror.
Esta guía está aquí para evitarte ese mal trago. Piénsala como un mapa de las zonas más dolorosas del sistema fiscal español —y de cómo minimizar los golpes.
Vamos al grano. Estas son las cinco grandes razones por las que la gente odia (o al menos, insulta por lo bajo) a Hacienda.
1. Progresividad encubierta = subida de impuestos silenciosa
Pregúntale a cualquiera en España por qué se siente más pobre que hace diez años y oirás dos palabras: inflación y tramos. La primera es obvia: después de 2021, los precios al consumo se dispararon, igual que en el resto de Europa. La segunda es más sutil (aunque está relacionada): los tramos del IRPF.
A diferencia de países como Austria, Dinamarca o los Países Bajos, España no actualiza automáticamente los tramos del IRPF según la inflación. De hecho, no lo hace desde 2016, cuando se fijaron los actuales. Así que cuando suben los precios y los sueldos apenas se ajustan, puedes acabar pagando más impuestos a tipos más altos —o incluso saltando a un tramo superior— sin ser realmente más rico.
Los economistas lo llaman fiscal drag, una carga regresiva que castiga sobre todo a las rentas medias y bajas. Otros lo llaman bracket creep. Pero para la gente normal es, básicamente, una subida de impuestos encubierta.
Entre 2021 y 2024 —cuando la inflación acumulada fue del 17,8%— el español medio de clase media pagó unos €458 más en IRPF solo porque los tramos no se movieron, según el think tank Funcas. Mientras tanto, el Estado se embolsó 9.700 millones de euros extra. ‼️
Algunas comunidades —sobre todo Madrid y Andalucía— han decidido deflactar sus tramos entre un 2% y un 4% en los últimos años para contrarrestar el fiscal drag (arrastre fiscal). Pero a nivel nacional, no se ha hecho ningún ajuste en una década.
El Gobierno sabe que el arrastre fiscal es una máquina de recaudar silenciosa. No hace falta aprobar una subida de impuestos: basta con dejar que la inflación haga el trabajo sucio.
Por eso tantos españoles que se consideran clase media se sienten asfixiados. No se lo imaginan. Su renta disponible real está bajo presión, no solo por la cesta de la compra, sino por un sistema fiscal que finge que sus sueldos crecen más de lo que en realidad lo hacen.
Incluso el Consejo para la Defensa del Contribuyente, un órgano que asesora a Hacienda, ha señalado que “no parece razonable” que el aumento de los precios implique un incremento de la factura fiscal de los contribuyentes —es decir, que personas cuya renta real apenas ha cambiado soporten tipos más altos simplemente porque el valor nominal de sus ingresos sube con la inflación.
En su informe anual, el Consejo se detuvo a subrayar que es “matemáticamente incontestable” que no ajustar los tramos a la inflación “comporta un incremento efectivo de la presión tributaria que, además, afecta de forma más incisiva a las personas menos pudientes.”
¿Lo más sangrante? El mínimo personal y familiar —la parte de los ingresos exenta de impuestos por considerarse necesaria para subsistir— lleva años fijado en €5.550. Según los cálculos del Consejo, si se hubiera actualizado con el IPC acumulado desde 2006, hoy estaría en €7.681, un 30% más.
2. El apretón del autónomo
España nunca ha sido amable con los autónomos. Durante años, ser freelancer era básicamente un eufemismo para trabajar en negro —es decir, esquivar a Hacienda trabajando sin declarar.
Y bueno, a veces es cierto. Todos hemos pagado en efectivo a un fontanero alguna vez —“no hace falta la factura”, ¿verdad? Pero para los 3,4 millones de autónomos que hay en España, trabajar por cuenta propia es su forma de ganarse la vida, de emprender y, con suerte, de llegar lejos algún día. Es emprendimiento en miniatura, a la española.
El problema es que la profunda desconfianza del Estado hacia los autónomos ha hecho que el sistema fiscal los castigue por no ser funcionarios o empleados de por vida en una gran empresa. Por eso las redes están llenas de vídeos virales de autónomos —desde los que ganan bien hasta los que apenas llegan a fin de mes— que se quejan de pagar más impuestos que los asalariados.
Veamos por qué.




